domingo, 12 de febrero de 2017

CAPITULO 3

Ana sacó las llaves de su bolsillo e introdujo la correcta temblorosa. Ya había notado cómo conforme nos íbamos acercando a su piso se iba poniendo más nerviosa. Avisó a su madre a gritos que habíamos llegado y que nos abriera propinando golpecitos a la puerta mitad tímidos y mitad autoritarios ya que no conseguía abrirla porque sus fuerzas no eran las suficientes para la última vuelta de rosca. Entre frase y frase dedicada a su madre se giraba hacia mí y me pedía repetidas disculpas por su torpeza. La situación me resultó tan tierna que me entraron ganas infinitas de parar su histeria, abrazarla y protegerla de cualquier mal que pudiera acecharla, sin embargo la vena cruel latía más fuerte que la de la compasión y la dejé insistiendo apresurada, como si viniera tras nosotras una vaca. Intenté reprimir una risa que cosquilleaba en mi garganta traviesa, queriendo abrirse paso hacia el exterior. Acabé mordiéndome el labio inferior, sellando el portón del que tanto deseaba escapar.


-          Ya, ya, ya cariño.- Se oyó al otro lado de la puerta.
La madre de Ana asomó la cabeza y me miró incrédula. El paso del tiempo en mi le debió impresionar y emocionar hasta tal punto que cuando abrió al completo la puerta, levantó y bajo los brazos extendidos cómo diciendo, ¿quién te viera y quién te ve?, y me aplastó contra su huesudo cuerpo. Ella seguía igual que antes, lo único diferente era que el pelo lo tenía teñido de un rojo más intenso al suyo natural y el rostro se veía atacado por algunas arrugas que favorecían a incrementar esa afabilidad que transmitía. Otro dato que me impresionó fue ver cómo el olor a polvo de leche se mantenía insertado en su piel como parte más de ella pese a haber dejado hace mucho tiempo la escuela infantil, mucho antes de que mi madre y yo abandonásemos Cuenca porque pasó un cáncer a duras penas que la dejó muy debilitada e inepta a las actividades movidas que requieren un trabajo como ese. Se separó de mí aspirando bruscamente con cierto aire de complacencia y nos hizo pasar.
-          ¡Quedaos en su habitación hasta que su padre y yo hayamos preparado el salón y la mesa!- Dijo Tara, la madre de Ana.
-          No me importa ayudar…- Me ofrecí.
-          No, no, no, en serio, seguro que tenéis cien mil cosas que deciros no aptas para adultos como nosotros.- Insistió picarona arrastrandonos a lo largo del pasillo donde al fondo a la izquierda se encontraba la habitación de Ana. Cerró la puerta en nuestras narices.
La habitación me agobió al principio con la cantidad de posters que forraban sus paredes, con aquel escritorio lleno de lo que supuse que eran apuntes mezclados y desordenados del curso anterior y las pilas de libros que se apiñaban sobre las estanterías  y esquinas del suelo ya que no le cabían por ningún otro lado.
-          ¿Qué ha sido de la señorita Marranita?- Pregunté horrorizada al percatarme de la ausencia de su peluche favorito de la infancia.
Ana se tiró a la cama y tanteando, sacó de un cajón de su mesita de noche una pelota de goma para luego lanzarla contra el techo y recogerla, así sucesivamente, como los presos de las pelis.
-          Discutimos y la eché de casa.- Contestó impasible.-
-          ¡¿Cómo?!- Exclamé.
-          Lo que oyes.
-          No sabes contra quién juegas.- Ella arqueó una ceja, divertida.- ¿Acaso has visto Toy Story?
-          Aham.- Asintió relamiéndose los labios como preparándose a la absurda ocurrencia que pudiera venir.
-          Pues como bien sabrás, subestimarlos por su apariencia plástica y sin vida acaba pagándose caro.- Hubo segundos de silencio que no tardé en rellenarlos con más énfasis que nunca- ANA QUE NOS DOBLAN EL NÚMERO, AHORA MISMO PUEDE QUE ESTÉN PLANEANDO UN ATAQUE CONTRA TI Y LA HUMANIDAD.
Soltó una pedorreta a la vez que se reía perdiendo de vista a la pelotita que calló sobre su frente, deslizándose de forma lenta por su cara, como  regocijándose celosa  por su robado protagonismo. Me arrodillé en el borde del colchón y extasiada con una extraña emoción le propuse un juego.
-          ¿Qué te parece si hacemos un juego para ponernos al día? Tú me preguntas lo que quieras y yo contesto sin cortarme, aunque sea muy comprometedora. Y después me toca a mí.
-          Me parece correcto.- Responde mientras se echa a un lado, dejándome hueco donde tumbarme.
Mi corazón comienza a palpitar fuerte, muy fuerte, no me esperaba aquel silencioso ofrecimiento. Trago saliva e intento no pensar que estoy tumbada en una misma cama con ella.
-          Ah, por cierto, ¡no vale repetir pregunta! – Mi voz se sale en un tono más agudo de lo normal. Ella no pareció percatarlo.
-          ¿Quién empieza?
-          Tú misma si te parece.
-          Vale pues…- Piensa y carraspea antes de formular la primera pregunta.- ¿Me has echado de menos?
-          Oh venga, ¿en serio preguntas eso? Vaya mierda de pregunta chica ¿Tú qué crees?
Me mira hostil, amenazándome para que respondiera rápida a aquella pregunta que debería ser fácil de responder.
-          Si se lo preguntas a la Clara de hace un par de semanas, no. Si se lo preguntas a la de ayer, a la chica que viajaba hacia una vida nueva, temerosa con lo que estaba por venir, sí.
-          Explícate.- No parecía seca por estar ofendida, más bien confusa.
-          A ver…- Apreté los dientes, midiendo las palabras para no cagarla.- Cuando tuve que mudarme a Salamanca me pasé unas dos semanas rota, llorando sin parar. Mi madre intentaba calmarme asegurando que volveríamos algún fin de semana y en verano trataría convencer a tu familia para que fuesemos juntos a la playa o lo que fuera. Como bien recordarás, iba a Cuenca una vez al mes y ese tiempo que compartíamos, los aprovechábamos exprimiendo hasta el último segundo y eso no hizo más que perjudicarme pues las vueltas se me hacían duras y volvía al mismo estado de tristeza. Estar así me cerraba mucho al resto de compañeros que conocí en el colegio, nadie se quería sentar junto a la niña llorona y mocosa. Me di cuenta qué iba mal y tomé una decisión: No volvería a visitarte nunca jamás.- Enarcó las cejas y tomé una pausa para respirar.- Aunque me doliera tenía que ser así, necesitaba dar un cambio para poder ser aceptada. Las bromas y juegos que nos resultaban tan divertidas, a ellos les parecían dignos de una rarita gafotas de estas series estereotipadas de Disney Channel. Sé que hice mal, no me debí dejar influenciar y que tuve que continuar siendo yo misma y bla bla bla, pero entiéndelo, era una niña que solo quería pasar las tardes con amigas. Y bueno, cuando cambié y normalicé mi vida sin ti, crecí olvidando lo que de verdad me había hecho sentir yo misma en plenitud, feliz.
-          Ooooh- Se lamenta Ana exagerando un puchero.-Eso último ha sonado asquerosamente cursi y jodidamente cínico. Pero, ¿y tu madre por qué aceptó? No es tonta, habría sabido identificar desde kilómetros qué rondaba por tu cabeza y estoy segura que te hubiera parado los pies, con lo que era ella de dar consejos a lo Yoda…
-          Ella  siguió viniendo pero me comenzó a ver feliz no acompañándola y aceptó el cambio sin preguntas.- Mentí moviéndome incómoda por entre las sábanas.
-          Supongo que habría hecho lo mismo.- Se encogió de hombros. Esa indiferencia me molestó, seguramente fuera porque estando yo en su piel me habría cabreado soberanamente con ella y le habría echado de mi casa a gritos, despotricando lo falsa e interesada que era.- Forma parte del pasado, de una decisión espontánea que suele hacer una niña pérdida. No te preocupes. Te toca.
La contemplé agradecida por su comprensión, segura que aun no mostrándoselo con las palabras, la llama que ardía en cada resquicio de mi cuerpo contenía la suficiente intensidad para transmitir ese calor que ella gestionaba. También, aproveché ese tiempo en el que de mis labios entreabiertos expiraba la letra “e”, producto de mis engranajes del cerebro en funcionamiento, para examinar si en su rostro, en específico sus pómulos, continuaban brillando constelaciones de aquellas supernovas rojas con refulgencia infinita, compuestas de esa infinitud que seguro, los físicos, aturdidos por tan potente energía desconocida resplandeciente, escribirían en su lista de teorías como la principal: “La clave del éxito de encontrar respuesta en la pregunta milenaria de cuál fue la primera partícula que eclosionó en forma de universos llenos de estrellas, planetas, lunas, asteroides, polvos estelares, estrellas fugaces…”
-          Peli favorita.
Como siempre, yo siendo tan original.
-          Sigue y seguirá siendo “Big Fish”. Para mí es filosofía de vida el mensaje de esa obra maestra: No te quedes estancado en la aburrida realidad y haz de esta algo emocionante. ¿No crees?- Asentí abrumada por los sentimientos que me brindaba el recuerdo de esa peli.-
-          Los lunes, miércoles y viernes en casa de tus abuelos vemos Robbin Hood.- Ana se unió a mí al decir lo siguiente, haciendo presente que aun se acordaba esa ley que firmaron en una servilleta del McDonalds.- Los martes, jueves y sábados Big Fish en casa de mis/tus abuelo. El Domingo se descansa más que nada por no dar preferencia a ninguna de las dos pelis.- Ambas esbozamos una media sonrisa cargada de complicidad.
-          ¿Sigues creyendo en Dios?- Inquirió sin perder tiempo.
Ella sí que sabe hacer preguntas que merecen la pena.
-          No, no puedo aunque quiera. O sea me pongo en el papel de Dios todo poderoso, el cual puede prevenir cualquier maldad pero no la detiene, eso es perversión pura y dura.
-          Acabas de versionar lo que dijo el presocrático Epicuro.- No comprendí de quién me estaba hablando pero aun así despolvé mis oídos con desmesura para así captar cada una de sus palabras.- Culpamos a Dios de todas nuestras desdichas, reclamándole que use su omnipotente poder de una vez y deje de jugar con nosotras como si fuésemos meras fichas de un ajedrez que se tropiezan en dos de cada tres casillas. Sin embargo, decir eso es algo digno de cobardes que solo ven paja en el ojo ajeno por temor a reconocer sus fallos. Dios somos nosotras, Ana. A Dios lo tenemos dentro, palpitante en cada una de nuestras decisiones y conciencia, y fuera, en la divina inocencia de los animales que pululan en su hábitat sin plantearse la existencia de Dios, el Todo, el cosmos, la energía universal única que todo lo guía, sin la voz de un hombre ambicioso de poder susurrándole al oído en quién y qué debe creer para ganar magnas recompensas si no en esta vida, en otra incierta...
La puerta se abrió rompiendo el ambiente flotante que había construido ella en apenas un minuto. Su faz no cambió de expresión y se mantuvo ausente, soñadora. Algo así como yo tras el beso.
-          Clara, tu madre ha llegado y trae a una chica de vuestra edad, se queda a cenar. Se llama Daniela, creo que va a tu clase hija, parece muy… Interesante. ¡Vamos, levantaos! Que me quitan los burritos de las manoooooos.- Salió corriendo hacia la cocina para sacar la comida del horno arrastrando sus pantuflas como una niña pequeña. Se notaba que tenía madera para alegrar y orientar con positivismo a quien le rodeaba. Seguro que los niños que han pasado por sus manos ahora luchan por un lugar con más colores vivos sin olvidar que existe el gris.

El salón estaba decorado con guirnaldas de ranas verdes atravesando cada punto del techo, claro guiño al famoso anfibio Salmantino el cual mi madre tuvo que cruzarse durante estos último años todas las mañanas a la hora de ir a trabajar a la Biblioteca de tal prestigiosa Universidad. En la mesa estaban dispuestas varias bandejas de cartón con estampados de copos de nieve y caras de renos que debieron sobrar de Navidad, llenas de aperitivos como salchichas con bacon, pan de gamba, fuet y nuestros amados burritos que humeaban incitándonos a devorarlos de forma feroz.
Mi madre, sentada en un extremo de la mesa rectangular, lucía sus típicos pantalones de tela holgados morados y una simple camiseta blanca metida en este. Su cara, estaba de forma ligera maquillada, cosa extraña en ella pues como dice, se ahoga entre tanto polvo y pintura. Debe ser porque este reencuentro es una ocasión especial para ella. Esa misma mañana, se había cortado su pelo negro azabache hasta la nuca, no obstante su cerquillo dividido en dos seguía cayéndole sobre el nivel de las cejas. A su lado derecho, tenía a Daniela, la chica que había venido de improvisto, sentada a su vez a lado de Ana. Esta era muy tranquila, sus movimientos con los cubiertos o cuando cogía comida parecían retardados por una taimada razón inalcanzable por nuestros ojos. Su piel pálida contrastaba con su afro pelo oscuro ensortijado. Llevaba puesto una camisa de rosas azules sobre un fondo blanco y una falda roja corta arrugada. Ana la miraba de vez en cuando con una indiscreta cara extrañada. Supuse que no entendía qué pintaba ella allí y si tenía que venirse con nosotras después de fiesta. A mí se me pasaba por la cabeza la pregunta de qué conocía mi madre a esta chica.
La cena transcurrió entre las algarabías de mi madre, la de Clara y las disparadas carcajadas y comentarios fuera de contexto de su padre mientras que leía el MARCA, de forma pesada porque no nos enterábamos de nada ni pudimos comunicarnos con tanto grito cruzado. Lo bueno de todo eso fue que aprovechamos que no podían comer a la vez que hablar y nos zampamos más burritos que ellos.
Pasadas unas horas, allá las once y media de la noche, Tara y su marido recogieron la mesa, negando cabezotas la ofrecida ayuda mi madre Laura y mía.
-          ­Chicas tengo entendido que os gusta leer, ¿verdad?- Preguntó mi madre refiriéndose a Daniela y Ana.
Mi amiga respondió que sí, que su vida se basaba en eso, las series, el cine y desahogar sus opiniones sobre todos estos ámbitos con el primer desgraciado o desgraciada con el que se topase, a lo que mi madre propuso:
-          Tenía pensado en abrir un Club de lectura destinado a jóvenes como vosotras con inquietudes en dispares gustos artísticos. Quiero demostrar que existen adolescentes que merecen la pena y que no todos o todas estáis metidos en el saco de deshechos sociales.
-          Cuenta con mi espada.- Dijo cono cierto entusiasmo haciendo alusión a la mítica frase de “El Señor de los Anillos.”- Supongo que vendrás conmigo, ¿no, Clara?
-          ¿Clara leyendo? Eso sucederá cuando los planetas del sistema solar se alineen y cuando los…- Iba a continuar picándome pero me enfurecí tanto al pensar que por culpa de mi madre, Ana dejase de ver algo interesante de mi que la corté de inmediato.
-          Cuenta con mi arco.- Seguí el royo.
-          Y tú Daniela, ¿prestarás tu escudo?- Inquirió Ana posándole una mano por el hombro intentando establecer un vínculo amistoso.
Daniela expulsó un gemido de desagrado, encorvándose y dejó entrever unos incisivos de ratón. Qué extraño. Agitó la cabeza y susurró palabras ininteligibles que se vieron más difusas cuando el móvil de Ana penetró con violencia nuestros tímpanos con su terrible tono de campana estreñida. Deslizó su mano al bolsillo y sacó el móvil cogiendo la llamada insegura, presentida por un mal augurio.

-          ¿María?... ¿Esa es Mara?... Pero… En treinta minutos nos vemos en Cuatro Caminos. 

2 comentarios:

  1. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH
    Necesito el siguiente.

    ResponderEliminar
  2. Soy la madre?!!?....mira tu por donde me vais a otorgar una maternidad literaria colaborativa preciosa, la menos trabajosa de todas las posibilidades de maternidad que se hayan podido pasear por mi frito cerebro jajaja....que de regalos me vais a hacer en este viaje juntos polluelos!!!...

    ResponderEliminar