domingo, 5 de febrero de 2017

CAPITULO 1.

En lo alto de una colina, cerca de las urbanizaciones más recientes construidas en la pequeña ciudad de Cuenca, mis manos secas y curtidas surcaban el cielo, prudentes de intervenir ante cualquier racha de viento que pudiera desequilibrar mis pies del bordillo de un muro de mediana altura de cemento que se erigía dividiendo una loma ascendente de césped a la derecha y un duro y volcánico suelo pedregoso que era influenciado en su temperatura por aquel potente sol que ya caía melancólico sobre el horizonte. Mis pensamientos surcaban al mismo tiempo que mis pies, parecían taimados, en cambio atacaban todos con la misma intensidad, de golpe, en la misma fila de batalla sobre mi mente, y organizarlos por orden de importancia no me eximía de la dificultad que aparentaría a ojos de un perezoso caminante que se ha animado a hacer deporte a última hora del día, de una joven aburrida en una típica deambulatoria tarde solitaria de verano en la que todos sus amigos y amigas se encuentran en la playa o en sus pueblos.


Un paso, noté que controlaba el equilibrio, tomé aire profundamente, otro paso, solté el aire y sonreía complacida por el sentimiento de libertad en consecuencia de aquella perfecta coordinación. Esa táctica conseguía evadirme de esos problemas, o más que exterminarlos, los posponía hasta el momento en el que tuviera que dar la cara a ellos. Sufrir por adelantado no solucionaría nada, todo lo contrario, mi cuerpo se vería invadido al completo de inseguridades, nada conveniente ante situaciones críticas.
Alguien la irrumpió de sus cavilaciones con un pequeño empujoncito y a la vez agarrada de la pernera. Desconcertada, pegué un grito y le propiné una patada a la misteriosa persona que acabó cayendo contra hierba riendo a carcajadas. En cuanto le vi el rostro reconocí a mi amiga Clara. Iba vestida con un discreto top blanco que enmarcaba sus grandes senos y unos shorts vaqueros con algunos descosidos a lo largo y ancho de estos. Incliné la cabeza y me debatí entre si asesinarla o torturarla y abandonarla en un hilo entre la vida y muerte.
No había cosa que más detestaba que un susto, me dejaba con una sensación desagradable que siempre me costaba desprenderme.

-       ¡Eh, tranquila soy yo!- Chilló divertida.

Su voz, en cualquier tono, me resultaba magnética y melosa, compuesta por algo que te enganchaba a sus palabras desde el primer fonema que expulsara de sus carnosos labios. Bien podría dedicarse una noche entera explicándole cómo resolver el problema más complicado en una ingeniería aeronáutica, que no le desviaría la atención ni me dormiría; me quedaría apoyada sobre un brazo asintiendo babeante.
Me relajé y permití que una risa nerviosa se escapara de mi boca. Le ofrecí ayuda, sentada sobre el murete, a Clara y esta aceptó con recelos Romanos, agarrándome a la altura del antebrazo por miedo a que la traicionase y la dejase caer. Cuando se situó a mi lado, nos miramos de arriba abajo sin decir nada con cierto aire de tímido, fruto quizás del largo periodo sin haber mantenido contacto
Ambas nacimos prácticamente el mismo día. Yo el once de enero a las doce menos diez de la noche y ella a las doce y cinco de la madrugada del doce de enero, dato que a primeras, en nuestras edades de inocencia, nos unió con una exagerada emoción,  provocándoles pasar tardes enteras creyéndose ser detectives muy experimentadas, cuya misión más primordial es descubrir por qué, siendo gemelas, fueron separadas cruelmente al nacer. Esta teoría poco a poco se desinfló cuando aprendimos un poquito de genética y comparamos su piel pálida con la de la otra, de color negro.

-          Jo…- Rompió el silencio Clara.- Te he echado de menos.

-      -    Y yo.- Respondí adelantándome un paso más cerca de ella, incitándola a que fuera la que portara la iniciativa de abrazarme.

Clara deslizó su mano por mi barbilla, pasándola por los pómulos que de forma inesperada se encendieron un par de volcanes que creía apagados y acabó desenredando ciertos rizos rebeldes cuidadosamente que me llegaban por la nuca. Todo ello lo hizo con el mismo mimo con el que un pintor trata a un vacio lienzo, una obra de arte que poco a poco va ir rellenándole por dentro algo que desconocía que se hallaba vacío.
Ella también se acercó un paso, dejando nuestros rostros a escasos milímetros.
Y Clara me besó. Me besó con ímpetu. Me besó delicadamente. Me besó desesperada. Me besó saboreándome. Me besó devorándome. Me besó respirando mi aliento. Me besó devolviéndomelo. Me besó como a una extraña en una noche de hotel. Me besó como a una conocida en una tarde fría de lluvia en la que comparten una misma manta.
Y yo la besé sin abrir los ojos, solo notando cómo se sentía y no encontré nada más que nostalgia y lástima porque pensaba en cómo aquel beso lo hubiera disfrutado mi “yo” de hacía cuatro años. ¿Cuántas noches había pasado deseando que algo así ocurriera y en ellas era yo la que se lanzaba y no Clara, algo que me hubiera vuelto loca?
Le propiné un discreto empujón apartandola. Clara no se quejó, permaneció unos segundos tratando de enfocar su mirada soñadora, que se escapaba más allá de mis hombros, hacia un lugar que solo puede ser contemplado por aquellas personas que sienten su pulso a un ritmo tan intenso.

-          Lo siento yo…- Se disculpó Clara poniéndose de pie, frente a mi, sin despegar del suelo primero las punteras y luego el talón.

Le quité importancia, me incorporé, la agarré del brazo y esta asintió segura con la cabeza a una pregunta incierta que ni ella y yo conocíamos, pero aun así, nos sirvió como un pacto tácito para olvidar lo ocurrido, relajando ese aire tenso que comenzamos respirar.
Bajamos cuesta abajo donde se adivinaba al final una gigantesca escultura de pez, que de vez en cuando escupía agua mojando a los arremolinados niños y niñas que aunque no lo quisiesen admitir, ahí ganaba quien estuviera menos seco.

-          No hay tiempo que perder, hay que ponerse al día, cenar burritos, muuuuuuuchos burritos espero, y seguir investigando.- Dijo Clara divertida agitándome.

Me llevé la mano a la cabeza de forma teatral y respondí.

-          Cada noche desde la última vez que nos vimos, he estado preparando un burrito con la esperanza noche tras noche de verte sentada en mi cocina. Así que sí, te vas a hartar de comer.-
Clara se llevó la mano al pecho fingiendo dolor y agradecimiento por algo desmerecido.

En ese justo instante, recé para que aquello fuera la continuación de la lectura de un libro bueno, que por falta de tiempo, se quedó abierto boca abajo en mi mesita de noche y no una mediocre segunda parte destinada a recaudar dinero fácil con una historia forzosa.

4 comentarios:

  1. Hopes, me voy a casar con tu prosa y no necesito tu aprobación.

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    1. SÍ QUIERO❤ Jo gracias, me motiva mucho, un besito😙

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  2. Me encanta ver que tenéis estas iniciativas tan hermosas y llenas de vida. Gracias por compartirte polluelo.

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