lunes, 1 de mayo de 2017

CAPITULO 8


Odiaba sentirme como un astronauta caminando por los pasillos del instituto con pasos pausados y difíciles de clavar en el suelo. Los compañeros que se cruzaban en mi camino no se metían conmigo o me marginaban, me sonreían la mayoría o llegaban a intercambiar conmigo un saludo que nos identificaba, cosa que durante esos segundos de correspondencia alcanzaba a sentirme especial, aceptado en todo el royo social del instituto. Sin embargo nada duraba más de un minuto. Cuando perdía la atención de alguien, volvía a replantearme mi futuro como astronauta puesto que aceptaba con solemnidad la imposibilidad de calar del todo en una mísera persona que de vez en cuando brillaba para mí pero a una distancia de millones y millones de años luz; y yo como un tonto manteniendo la esperanza de alcanzarlas algún día.


Una tarde después de haber llegado a casa rendido ante la impotencia, decidí tomar una decisión extrema, encendí mi ordenador y comenzaron mis bagajes por encontrar sentido a lo que  hacía mal en el Instituto. Me topé con un YouTuber guapo, musculoso y con unos dientes que deslumbraban cada vez que abría la boca, el cual contaba con seguridad que si seguíamos sus pasos, (ya experimentados por él), conseguiríamos calar a todas y cada una de las personas que nos rodeaban. Su labia me persuadió, ¿cómo no lo iba a hacer?, y puse sus técnicas en funcionamiento. Fueron eficaces, en menos de una semana ya tenía a la mitad de chicas a mis pies, la otra ya había pasado por mi cama. Me fue tan bien que llegué a salir a partir de ese momento todos los fines de semana a la plaza de España, donde se congregan para hacer los botellones los jóvenes conquenses. ¡Qué grandes logros en mi vida!
En efecto, es sarcasmo, sigo siendo el mismo y sigo ignorando la presión de la sociedad de caer bien a quienes te rodean sea como sea. Además ya os digo que en mi fantasía de vida sexual no tengo previsto a ninguna mujer, ni la de marcar como meta en una noche el coma etílico. Soy más clásico, de esos que prefiere una noche viendo series e intercalándola con momentos de pausa para escuchar música, reflexionar y engordar todo lo que se pueda.
Creo que el problema de esta ciudad pequeña es que se nos despierta el instinto del macho alfa desde muy chiquititos debido a las dimensiones tan limitadas que se nos ofrecen. Cuando yo era pequeño, el deseo de todo niño era el de ser el primero en la fila para entrar a clase, recoger el premio del campeonato de fútbol o pulsar el botón de parar el auto bus. Una vez llegada a la edad del pavo nos invade la ansiedad de los números. No soportar ver una foto tuya con menos de un centenar de me gustas en Instagram supone para muchos un fracaso personal, un motivo por el que asumir tu inferioridad y redimirte ante los relucientes anos de los más seguidos, como si así fueran recompensados con chuches a largo plazo, satisfaciendo su artificiosa personalidad.
¿Pero sabéis? Aquellas personas con diez mil seguidores presenciarán sus funerales cuando muchas redes sociales quiebren y volverán como condenados espíritus a sus correspondientes descorchados pisitos con sus líos de la adolescencia esperándoles, lidiando, cigarro consumido en boca, con sus frustraciones personales y contra sus traposos rostros infectados de arrugas originarios de un cinismo concentrado en continuadas sonrisas. En cambio, los que decidimos seguir el camino del tropezarse las veces que hicieran falta sobre toda la escala de minerales sin avergonzarse llegado el verano de las cicatrices, contaremos con que nos las arreglamos mejor en mitad de una etapa solitaria y triste pues ya las experimentamos y aprendimos a convivir con ellas, aceptándote como un ser completo y con la seguridad de que algún día recibiremos una merecida recompensa por la paciencia tenida con el dichoso destino o karma. Yo fui recompensado conociendo a Ana. Nos conocimos en el autocar que nos llevaría a una convención muy friki Madrileña donde el que no iba disfrazado o tatareando las bandas sonoras de sus series favoritas a grito pelado era raro. La primera vez que la vi, al sentarse a mi lado, con el contraste de su baja estatura y huesudo cuerpo con aquella enorme mochila de montañera a sus pies y quitando espacio para yo poder extender mis pies, pensé que sería la típica girl scout entusiasta que habla por los codos de sus incontables experiencias visitando ancianitos abandonados en residencias por sus insensibles familias y salvando gatitos de árboles secuestradores. Pero me llevé una gran sorpresa. Lo primero fue que no abrió la boca durante la mitad del viaje y se dio cuenta de su invasión en mi espacio personal y le pegó una patada a su macuto hacia el pasillo. Lo segundo, se fijó en mi pulsera de la bandera LGBT+, estiró de mi chaqueta y señaló a su muñeca, donde también tenía una parecida. Nos sonreímos con complicidad y comencé una conversación con ella, tratando de enmendar mi trato seco con ella hasta ese momento.
Pese a llevarme cuatro años, sentí que hablaba con alguien con mucha madurez, ya no a su edad, si no a la justa para una persona adulta, por lo tanto no me resultó difícil conectar y acabar disfrutando el día entero con ella. Como dato curioso, ese día grabó su primer vídeo vlog al cual le sucederían meses llenos de oportunidades alucinantes de los cuales tuve la oportunidad de vivir cerca.
Por aquel entonces, yo en los estudios no destacaba, es más, ni siquiera el profesor de Religión sentía la suficiente pena para aprobarme y a mí la verdad es que me daba absolutamente igual. Yo con tener mis tardes nadando en las piscinas cubiertas municipales tenía suficiente. Nadar despejaba mi mente y relajaba mis músculos de una tensión continúa. Mis padres me llevaron de forma vana a múltiples psicólogos y todos me mandaban tareas estúpidas para calmar mi nerviosismo como la de cerrar los ojos e imaginarme a dos pajaritos, cada uno de un color diferente, bebiendo agua de un estanque de aguas cristalinas. Al final siempre acababa ahogándolos y pensando en los píidos agonizantes al intentar batirse de nuevo en vuelo entre la corriente del agua que los arrastraba río abajo y cómo se iba introduciendo el líquido por sus picos para hacer explotar sus diminutos pulmones. Y no es que disfrutara imaginándomelos morir y no me conformara con ese idílico entorno como si fuera un futuro psicópata a lo Norman Bates. De veras trataba evadir esas cosas turbias que se pasaban por mi mente y que me hacían sentir triste. Quería rodearme más de optimismo, salir a la calle y sentir que iba a algún lado y no me obligaban a ir a ese lado. Pero nunca salían las cosas como quería porque me forzaba a querer cosas. Sin embargo, repito, Ana apareció, me ayudó a reconducir mi vida. Sentía que ella era un gran propósito en mi vida, por el que tomar parte e involucrarme para acompañarla en cada una de sus elecciones y para enseñarle las mías y nutrirnos mutuamente. Comencé a hacer planes para el futuro, como acabar a los veinte años la ESO, sacarme Bachillerato y presentarme a algún equipo o torneo de natación e impulsar mi sueño Olímpico. En el caso que lo último no funcionara, (que es lo más probable pero no lo más seguro), me encargaría de contagiarle a alguien ese sueño ejerciendo de profesor.
Y aquí estoy, avistando al ejército enemigo, que es segundo de Bachillerato, junto a mi mejor amiga y prediciendo sus movimientos estudiando con mucha antelción en la biblioteca los primeros apuntes recibidos durante el primer día de clase. No pasaron más de veinte minutos hasta que me cansé.
-          Tía, tú y yo sabemos que este nivel de responsabilidad durará poquito.- Susurré para no molestar al resto de estudiantes. Cogí arrugando el calendario de estudio semanal que habíamos diseñado ambas y se lo coloqué a escasos centímetros de su visión.- A esto creo le llaman postureo y, ¿qué opinamos sobre estas superficialidades?, ¿eh?
-          Déjame estudiar Pablo.- Respondió con deje.
-          Dijimi istidiar Pibli.
Ni caso. Extendí mis brazos sobre la mesa y me recosté esparciendo mis papeles. Me aburría muchísimo y no creí aguantar mucho tiempo más no haciendo nada más que enfrentarse a muchas palabras aburridas juntas. Mi vena de parvulitos se activó y puse a prueba a Ana. Proferí pedorretas cada vez a un volumen más fuerte para avergonzarla o llamar su atención de una vez. Enarcó las cejas, sobreactuó un gesto serio para hacerme ver que no le importaba en absoluto. Incitaba a que continuara subiendo su mano como un director de orquesta. Yo con mi poca vergüenza, (y admito que a veces educación), llegué al punto de mezclar un chillido con la pedorreta lo que produjo millones de miradas asesinas clavándose en nosotras y que el bibliotecario de esa zona nos echara a golpes con su enorme papada. Salimos de la Biblioteca ella mahumorada y yo doblado de la risa.
-          ¿Y ahora qué hacemos?- Me recriminó.
Abro los brazos todo lo que puedo y respiro profundamente.
-          Vivir. Venga vayamos a por el último helado del año. ¿Quién sabe si mañana viene un nubarrón y se queda hasta el puto verano que viene? Winter is coming nena.- Salté las escaleras que daban a la acera. Me puse de rodillas ofreciendome a recogerla si saltaba, como si fuera una niña pequeña.
Gruñó, pero como ser humano que era, tenía sus debilidades y esas eran mis encantos. Saltó, amagué que la cogía al vuelo y ejercí de escoba tirándome al suelo y haciendo la croqueta. La gente que en la puerta fumaba se me quedaron contemplando largo y tendido expectantes, escogiendo que sus cigarros se consumieran entre sus dedos a perderse un solo segundo de mi show. Me incorporé agitándome como un perro mojado y  enhebré el brazo con el de Ana. Torcimos a una calle que daba a una escultura de mármol blanco representando a un maestro con mirada y gesto bastante siniestro sobre su alumna y nos topamos, a los pocos metros, con una mujer que nos detuvo muy sonriente.
-          ¡Cómo me alegra verte por aquí Ana! ¿Eso significa que te espero en la reunión?- Le pregunta animada. Sus ojos desprenden un brillo lleno de una emoción contagiosa.
-          Emmmm… Sí claro… Cuando lo propusiste me moló la idea y sigue haciéndolo así que eso…- Se frota las manos nerviosa.- ¿Va a estar tu hija también… o sea Clara?
Me froté los ojos y me pellizqué los dorsos de cada mano incrédulo. No me creo que esté preguntándole eso. Ana me contó que tras la fiesta que hicieron hace un par de semanas, Clara no le había vuelto a dirigir la palabra ni quiso darle sus motivos y si mi amiga se acercaba a ella, rápidamente huía escudada por su grupito de amigas que siempre andaban pegaditas por los pasillos. Daban bastante repelús verlas con sus pelos al movimiento cubriendo sus rostros al completo y con su forma de hablarte con una delicadeza que en el fondo se apreciaba un asco acidioso. Yo las he bautizado como las chupa limones.
-          No la he visto muy por la labor… Debes convencerla a que venga- Señaló el móvil que Ana sostenía- y a que salga más contigo. Estoy preocupada porque no pisa la calle ni se relaciona con nadie  o al menos eso pienso porque no quiere hablarme de su día a día en clase. ¿Sabes si va algo mal?
Por un instante sentí lástima por la pobre mujer pero luego me acordé de cómo ha hecho sufrir a Ana sin venir a cuento y se me pasó. Si le iba mal era todo su culpa, no porque la gente la trate mal ni nada por el estilo.
-          Si lo supiera ya te lo habría dicho. Ya sabes que quiero mucho a Clara y que haría lo que fuera por verla bien.- Finalizó el tema tan incómodo.
Mi mandíbula de desencajó con ese “la quiero”  y “haría lo que fuera.” Había escuchado también la relación que ambas tenían y me derritió. La shippeaba a muerte. Moriría comentando cada detalle de su relación por twitter con el hastag CLANA, el problema de todo esto radicaba en que la Clara que Ana me describía, no correspondía con la que ha pisado hoy el Instituto.
-          Gracias…- Carraspeó y se dirigió a mi cambiando de tema.- No te he dicho nada, pero supongo que vendrás con ella al club, ¿cómo te llamas?
¿Yo? ¿En un club? ¿EN LA BIBLIOTECA? ¿UN VIERNES? Esta mujer flipaba.
-          Claro, ¿qué otra cosa mejor podría hacer un día tan soleado como hoy? ¿Tomar un delicioso helado de  stracciatella en una terraza o en el par..?- Ana me pegó un codazo e intentó arreglar la situación.
-          No le hagas ni caso, por supuesto que se va a apuntar al club. Él es así de…- Levanté  ceja derecha eaguardando divertido a cómo sigue la frase- tonto. Es muy tonto. Y bueno en todos los clubs, asociaciones o sectas tiene que haber un tono de turno, ¿verdad? ¡Nos viene de perlas te lo aseguro!
La mujer contuvo una carcajada y al darme una palmada en el hombro nos dio la espalda y marchó a la Biblioteca gritándonos:
-          ¡No lo olvidéis! ¡A las siete comienza todo!


Y en efecto, esa reunión fue el principio de algo que nunca jamás olvidaré.

1 comentario:

  1. Me encanta que mi yo del relato tenga ojos que desprenden un brillo lleno de una emoción contagiosa. jejeje.
    Deseando que narréis una sesión....para ver la cara B de lo que yo vivo.

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